Por Claudia Silva
La definición que se toma por ideología en cuestión de la ciencia política es la contraposición entre dos discursos: el filosófico y el científico. El filosófico habla sobre el estado social deseable, mientras que el científico habla sobre las características de la sociedad existente. ¿Es verdadera ésta contraposición siempre?
Tenemos que el discurso filosófico es la parte ideal de la ciencia política, mientras que el científico trata de el mundo real; y ambos discursos se encuentran siempre en el discurso de la ciencia política. Pero el hecho de que sean independientes uno del otro no significa que estén contrapuestos. Al menos, no siempre, como veremos adelante. Mostrando ésta contraposición, se dice: “cuando la práctica política sigue las propuestas de un discurso filosófico, en contradicción con las condiciones señaladas por el discurso sobre la realidad, surge el utopismo. A la inversa, cuando la práctica política sigue, de hecho, las prescripciones de un discurso sobre el poder, en contradicción con las propuestas de un discurso filosófico que lo legitima, surge la ideología”. Según esto, la ideología vienen a ser la mayoría de las estructuras gubernamentales de la sociedad, es decir, como un discurso mal logrado.
De lo que trata el discurso filosófico, es, como dije antes, sentar la base ideal de lo que se desea que sea la sociedad, pues bien, lo que busca éste discurso no es alcanzar dicha sociedad ideal, si no intentar alcanzarla, ya que, si no se llega a ella; al menos, se podrá tener un mejoramiento en la sociedad. La mayor parte de los políticos se ve en la disyuntiva de seguir sus convicciones filosóficas o enredarse en las fuerzas del poder para poder ejecutarse (como hace la mayoría): “tiene que adecuar su proyecto a las circunstancias reales, limitarlo a lo posible, entrar a las fuerzas contrarias, variarlo para hacerlo factible. A menudo se ve obligado a elegir entre escuchar la voz de su filosofía, a riesgo de perder el poder, o seguir las prescripciones de una ciencia de gobierno, a costa de ser infiel a sus proyectos”. Por todo esto, “el discurso filosófico, que propone una sociedad posible conforme al interés general, debe distorsionarse para justificar la situación real, conforme a un interés particular”, siendo esto una ideología.
Pero no sucede esto siempre. En los gobiernos que funcionan (al menos, relativamente) bien, no existe una contraposición entre el discurso filosófico y el discurso científico, aunque sea la minoría de los casos. Para encontrar soluciones, la filosofía se encarga de “plantear las condiciones de una sociedad deseable, por el otro, liberar las conciencias para poder alcanzarlas”.
Reseña del texto:
Luis Villoro, «Ciencia política, filosofía e ideología», en Vuelta no. 137, 18 de abril de 1988, pp. 18-22. (http://letraslibres.com/pdf/2400.pdf) (Consulta: 12 de marzo de 2010)
Pues no es que contraponga tu postura, pero yo sólo te preguntaría desde que papel hablas tú de la filosofía, desde: ¿la ciencia política? Porque si es así entiendo lo que sostienes pero es precisamente en el campo de acción y no en el ideal donde los filósofos desde Hume queremos llegar.